EUARISTIA por Roman Gonzalez
Publicado por Movimiento Apostólico Seglar el 9 de mayo de 2007 +información-->
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Los sacramentos son reuniones de cristianos que se juntan para orar y celebrar la fe. Pero celebrar no es sólo una reunión festiva. Es CONMEMORACIÓN. Es una reunión para REMEMORAR el acontecimiento central, a través de unos símbolos que ejercen el papel de memorial. La muerte y resurrección de Jesús son rememorados simbólicamente, tanto en el bautismo como en la eucaristía. “Lo que era visible en la vida de Cristo, ha pasado ahora a los sacramentos” (S. León). La muerte de Jesús como paso al Padre (La Pascua), no es solamente el resumen de su vida, sino que es el momento “síntesis” (culminante) que acaba de dar sentido a TODA su vida. Esa muerte en cruz es la culminación de toda la vida de Jesús: hacia el pasado y hacia el futuro. Cuando celebramos la eucaristía, ese momento culminante, REMEMORAMOS toda su vida.

LA MESA COMPARTIDA. Ver énfasis que pone Jesús cuando encomienda a sus discípulos que preparen la Pascua: cuatro veces emplea el verbo “preparar” (Lc. 22,7). ¿En qué sentido hay que prepara? Hay que preparar la “proclamación” y la escucha correcta de la palabra de Dios, de manera tal, que nos mueva a la CONVERSIÓN. Hay que preparar la eucaristía como lugar de “encuentro” con Cristo glorioso. Esta es la “finalidad” más honda y más sencilla que debe inyectar ritmo y tensión espiritual adecuada a toda celebración. Atención, pues, a esta cuestión de acento y espíritu.. No hay que hacer maquinalmente una serie de “cosas” rígidamente reglamentadas. Hay que dejar que se despliegue - bajo la capa sencilla de las oraciones, las lecturas,(en especial Evangelio), los cantos y los símbolos – el acontecimiento orgánico, coherente, de la cruz y resurrección del Señor.

LO VERDADERAMENTE NUCLEAR EN LA CELEBRACIÓN.

Parábola de la “semilla” (Mt. 13,5-9) La imagen de la semilla que se abrasa por falta de profundidad, refleja bien lo que puede ocurrirnos a la hora de acoger la semilla de la Eucaristía. Es ta escasa nuestra tierra, que la vivencia eucarística corre el peligro de agostarse, de ritualizarse y resecarse, a falta de raíces. Necesitamos savia y hondura. Aproximación “selectiva” al misterio de la Eucaristía, desde las “actitudes” y gestos que genera la experiencia de la “comida compartida”. Se trata de “añadir buena tierra” al suelo en que caen nuestras celebraciones, para que la semilla arraigue con profundidad y eche rices hondad para que llegue a dar fruto, de manera que cada celebración nos estimule a dar razón de lo que significa unirnos para celebrar al Señor muerto y resucitado.

El objetivo, por tanto, será buscar las actitudes de fondo que fundamentan y hacen posible la celebración de la Eucaristía: encontrarnos, recordar,, entregar, ofrecer, compartir, bendecir, agradecer, entrar en comunión... Lo que nos importa no es “explicar un rito”, sino seguir viviendo de las mismas raíces de las que nació la Eucaristía y traducirlas a nuestra existencia de hoy. Y ello, sin caer en la tentación de sembrar demasiado deprisa; o hacerlo de manera superficial, o impacientarnos porque no vemos brotar enseguida sus tallos.

COMO PAN QUE SE PARTE

Comentado a Lc. 8,1-3: “ me llamo Susana, pertenecí al grupo de mujeres que seguía a Jesús. Éramos un movimiento extraño. Llevábamos una vida itinerante. Jesús iba anunciando la llegada del Reino. El contacto con él era una ráfaga de libertad. “Algo nuevo está naciendo, la fiesta de bodas ha comenzado”, decía él.

Desde que se corrió la noticia de que había curado a algunos enfermos, la gente acudía donde él estaba y, si podía entrar en la casa, esperaba a la puerta el tiempo que fuera necesario, con tal de poder verle y tocarle o, al menos, desahogar ante él el peso de sus sufrimientos. Los que vivíamos cerca de él, no podíamos comprender cómo tenía tiempo para todos, cómo podía abarcar con su atención y con su afecto a cada una de aquellas personas agitadas o abatidas por su enfermedad, empapadas de sudor y de polvo, agitadas por la caminata y la espera, hambrientas de su presencia y de su palabra.

Pan al final de la jornada. Un día, llegamos a una aldea al atardecer, después de una larga caminata a pleno sol que nos había dejado extenuados. No habíamos probado bocado en todo el día y, cuando entramos en la casa de los conocidos que nos ofrecieron cobijo, las mujeres nos pusimos a preparar la masa del pan y a cocerlo, mientras otros iban a comprar dátiles y aceitunas que lo acompañarían a la cena.

Jesús de había quedado fuera, rodeado de la gente que había ido llegado. Escuchaba a cada uno, le preguntaba su nombre, tocaba sus heridas y se interesaba por sus fiebres, con la misma ternura con que una madre acariciaría y curaría las su hijo enfermo. El contacto de sus manos , decía la gente, comunicaba sosiego y alivio; el aliento de sus palabras contagiaba ánimo y esperanza para seguir viviendo contra las fuerzas de muerte. Cuando le llamamos para comer, no hizo caso y continuó hablando, escuchando, acariciando. No parecía tener prisa, ni hambre, ni cansancio, y no entró en la casa hasta que despidió al último enfermo.

Cuado tomó el pan aquella noche para partirlo y repartirlo, según su costumbre, todos nos dimos cuenta de que así era él: un pan partido y repartido, una vida devorada por todos los que tenían hambre de vivir, de ser amados, escuchados, comprendidos, sanados. Con la misma naturalidad con que repartía aquel pan, se repartía a sí mismo sin reservarse nada, sin guardarse nada, y entregaba todo su tiempo, su afecto, su interés, su mistad.

Algunos textos: Jer. 30,17; 31,8-9 “Cuando se puso el sol, le llevaban toda clase de enfermos y los endemoniados. Toda la población se agolpaba a la puerta” (Mc 1,32-33) “Una multitud, al oír lo que hacía, acudía a él. Dijo a los discípulos que le tuvieran preparada una barca para que el gentío no le estrujase. Pues, como curaba a muchos, se le echaban encima. (...) Entró en casa y se reunió tal multitud que no podían ni comer. (Mc 3,10.20)” “Terminada la travesía tocaron tierra en Genesaret y atracaron. Cuando desembarcaron, lo reconocieron. Recorriendo la región, le fueron llevando en camillas todos los enfermos a donde oían que se encontraba. En cualquier aldea o ciudad donde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejara al menos tocar la orla del manto. Y los que lo tocaban, se curaban.” (Mc 6,53-56)

Testimonios: UNA VIDA ENTREGADA. “Los nómadas y los escasos sedentarios han adoptado ya la costumbre de venir a pedirme agujas, medicinas, y los pobres, de cuando en cuando, un poco de trigo. Estoy abrumado de trabajo pues quiero terminar cuanto antes un diccionario de tureg. Como me veo obligado a interrumpir a cada momento el trabajo para ver a los que llegan, o realizar menesteres menudos, esto adelanta poco. (...) Para tener una idea exacta de mi vida, hay que saber que llaman a mi pierta por lo menos diez veces por hora, más bien más que menos, pobres, enfermos, viajeros, de suerte que, con mucha paz, tengo mucho movimiento” (Hno. Carlos de Foucaul)

“El Hno. Carlos se fue dando cuenta de que lo importante no era pasar ratos de adoración, ni celebrar a todo trance la santa misa, sino ser como Jesús. Fue siendo progresivamente asimilado, por decirlo así, por la realidad eucarística, que expresa la oblación de Jesús a su Padre y don de sí mismo en alimento a los hombres. En adelante sabe que la contemplación de Jesús en la Eucaristía, exige de él que se entregue totalmente al Padre y se deje comer por los demás, en una vida que sea prolongación de la Eucaritía”

“Vivir la Eucaristía es entregarse a los otros, llegando a ser para ellos, por el amor y la contemplación eucaristía, algo “devorable” (R. Voillaume)

Tiempo para orar. Imagina la escena de ese atardecer en Cafarnaúm que narra Marcos. Mézclate entre la gente que se agolpa a la entrada de la casa donde se hospeda Jesús. Trata de poner rostro de hoy a esa multitud anónima del evangelio. Quizás te sientas pertenecer al grupo de los que llevan a otros hacia Jesús: nómbralos, aviva tu deseo de poder acercar a él a tanta gente que sufre y a la que querrías ayudar. Siéntete también del grupo de enfermos, contacta con tus carencias de fondo, con tu necesidad de sanación Y reconstrucción. Cuando te toque el turno, acércate a Jesús y déjale preguntarte: “¿Qué quieres que haga contigo?” mientras te impone las manos.

Piensa qué le contestarías si al final te preguntara:”¿Quieres compartir conmigo esta tarea de consolar y sanar heridas? ¿Estás dispuesto a ofrecer también tu vida, junto a la mía, “como pan que se parte”? Roman Gonzalez


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